"Apuntes para una teoría de la ciencia del amor" por Rodrigo Fresán

RESUMEN:

Los relatos y novelas de Carson McCullers se ocupan de un solo tema: el Amor.

El Amor a los hombres y a las mujeres.
El Amor al arte.
El Amor al amor al arte.
El Amor de corazones rotos o de corazones a puntos de romperse o el Amor que hace irrompibles a esos corazones o que es l único que puede repararlos.

El Amor, como la más inexacta e implacable de las ciencias.

En "La balada del café triste" se nos informa de los siguiente:

"Hay el amante y hay el amado. Con mucha frecuencia, el amado no es mas que un estímulo para le amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que se dé cuenta de eso, en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Y este conocimiento le hace sufrir. No le queda más que una salida, alojar su amor en el corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un nuevo mundo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente.

Y el amado puede presentarse bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. El amado podrá ser un traidor, un imbécil, o un degenerado; y el amante ve sus defectos como todo el mundo, pero su amor no se altera lo más mínimo por eso. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor.

La mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amado resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón, pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor."



Un año después de la escribir "La balada del café triste" alumbra el cuento "Un árbol. Una roca. Una nube" en el cual decide iluminar el costado epifánico del amor y postular su ciencia en boca de un forastero en un bar: un viejo le comunica a un chico que ha alcanzado la sabiduría de enamorado perfecto por el sencillo método de amar a todas las cosas de este mundo en lugar de conformarse con desear, apenas, una a una sola mujer que lo abandonó tanto tiempo atrás.

En este cuento vuelve a insistirse en el perseguidor y el perseguido, el que desa y el que es deseado.
Sólo amándolo todo todo se puede sobrevivir a haber amado a alguien:

"La verdad es que el amor es una cosa extraña. Al principio no pensaba más que en que volvería. Era una especie de manía. Luego, según pasaba el tiempo, trataba de recordarla, pero ¿qué sucedía? Cuando me tumbaba en la cama y trataba de pensar en ella, mi cabeza se quedaba en blanco. No podía verla. Y entonces sacaba sus fotografías y las mirabas. Nada, no había nada que hacer. Era como si no la viera. ¿Puedes imaginarlo? Pero un pedazo de cristal inesperado en la acera o una canción de cinco centavos en un gramófono automático, una sombra en una pared por la noche, y y recordaba.

Uno cree que se puede poner encima una especia de blindaje. Pero el recuerdo no viene al hombre así, de frente, viene por las esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de todo lo que oía y veía. De repente, en vez de ser yo el que atravesara el país para encontrarla, empezó ella a perseguirme en mi propia alma. Ella persiguiéndome a mí ¡fíjate! Y en mi alma. Yo era un pobre mortal enfermo. Era como la viruela. Te confieso, hijo, que me emborraché, forniqué, cometí cualquier pecado que de pronto me apeteciera. Me avergüenza confesarlo, pero es así. Cuando recuerdo esa temporada, está todo confuso en mi mente; fue terrible.

Pasó en el quinto año. Y con él empezó mi ciencia. Es difícil explicarlo científicamente, hijo. Me figuro que la explicación lógica es que ella y yo nos habíamos perseguido tanto tiempo que al fin nos hicimos un lío, nos echamos atrás y lo dejamos. Paz. Un vacío extraño y hermoso. Yo me quedaba allí, en mi cama, echado en la oscuridad. Y así me vino la sabiduría. Es esto. Escucha atentamente. Medité sobre el amor y saqué la conclusión. Me dí cuenta de qué es lo que nos pasa. Los hombres se enamoran por primera vez. Y ¿de qué se enamoran?. De una mujer. Sin sabiduría, sin nada para poder ir por ahí, emprenden la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo. Se enamoran de una mujer. Empiezan por el revés del amor. Empiezan por el punto crítico. ¿Te das cuenta de por qué es algo tan desgraciado? ¿sabes cómo deberían querer los hombres?. Hijo, ¿sabes cómo debería empezar el amor?. Un árbol. Una roca. Una nube. Medité y empecé con precaución. Cogía cualquier cosa de la calle y me la llevaba a casa. Compré un pececillo dorado y me concentré en él y lo amé. Pasaba gradualmente de una cosa a otra. Día a día iba adquiriendo esa técnica. Ya hace seis años que voy por ahí solo haciéndome mi saber. Y ahora soy un maestro, hijo. Puedo amarlo todo. No tengo ya ni que pensar en ello. Veo una calle llena de gente y una luz hermosa entra dentro de mí. Miro a un pájaro en el cielo o me encuentro con un viajero en el camino. Cualquier cosa, hijo, o cualquier persona. ¡Todos desconocidos y todos amados! ¿Te das cuenta de lo que puede significar una ciencia como la mía?"


Carson McCullers sí se dio cuenta del significado de esta ciencia, y de los peligros y placeres de sus aplicaciones. Y escribió sobre ellos a lo largo y ancho de una turbulenta vida de cincuenta años. 

Enarbolada como estandarte del feminismo poético o de la bisexualidad lírica enaltecida a la vez que para siempre estigmatizada por su debut de prodigio capaz de irrumpir en la novela con algo tan maduro a la vez que fresco como "El corazón es un cazador solitario".
McCullers no se alinea dentro de ninguna categoría regional o personal. Por lo contrario, McCullers pertenece a ese tipo de artista que parece empezar y terminar en sí mismo y que se las arregla para atraer fieles fascinados por su rara rareza.
Así podría pertenecer a la misma familia de raros sin familia que los escritores con visión propia que nos enseñan a mirar y apreciar lo que sólo ellos ven y, de pronto, allí está todo eso, en todas partes. 

Harold Bloom habla de McCarson:

Pocos escritores han expresado tan vibrante y económicamente un universo desesperado por amar y por ser amado y, simultáneamente, han reconocido que la realidad de semejante anhelo casi inevitablemente decaerá y se hundirá en las ciénagas. Confiere una absoluta dignidad estética hasta al más grotesco de nuestros deseos y nuestras imperecederas fantasías.


McCullers yendo y viniendo, del Sur al Norte y de regreso al Sur.
McCullers enfermando y reponiéndose para volver a enfermarse.
McCullers amando como una poseída y necesitando poseer a todos lo que la amaban incluyendo a su torturado dos veces esposo Reeves McCullers.
McCullers escribiendo sin parar al principio y escribiendo y dictando sin resignarse a detenerse cerca del final.
McCullers estrenándose con un personaje inspirado en sí misma y despidiéndose como una memoria inconclusa donde intentaba explicarlo todo para acaso poder comprenderlo ella.


Paul Bowes definió a McCullers con las palabras justas:

Junto a esa exagerada simplicidad suya también iba una devoción total y un absoluto sojuzgarse al acto de escribir por encima de cuaquier faceta de su existencia. Esta seriedad que no admitía distracciones no le otorgó el aire de una persona adulta sino de una prodigiosa y ligeramente anormal niña que se negaba a salir a jugar porque siempre estaba muy ocupada tomando apuntes en su libreta de notas.


Recordarla así: leyendo para escribir lo que luego leerían tanto, leeríamos nosotros. Esas personas y esos paisajes de "un mundo intenso, extraño y suficiente" buscando desesperadamente que esa "cosa extraña" los encontrara. Y, una vez hallados, habiendo leído lo que le sucedió a ellos, a todos esos súbditos científicos, sobrevivientes pero irremediablemente transformados luego de pasar por el laboratorio y someterse a las radiaciones de semejante experimento, entonces comprender cómo "la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo" nos afectó o nos afecta o nos afectará a nosotros. 

Al final de "Una roca. Un árbol. Una nube" el chico que escucha la historia del viejo le pregunta si se ha vuelto a enamorar de alguna mujer. El viejo--que tiene agarrado al niño por el cuello de su chaqueta del cuero--lo suelta, bebe un trago largo de cerveza y por fin responde: 

-No, hijo. Fíjate, ése es el último paso de mi ciencia. Voy con cuidado. Todavía no estoy preparado del todo.

"Acuérdate. Acuérdate que te quiero." es lo último que le dice el viejo al chico de los periódicos antes de salir a perderse y encontrase por los caminos.

Todos desconocidos y todos amados.















Comentarios

Entradas populares de este blog

Resumen de "La ilusion biográfica" de Bourdieu

La biografía como discurso y la autoficción: una introducción a Carson McCullers.

Aviso importante!!!